En este espacio encontraran información de tareas, trabajos, procesos y datos complementarios relacionados con las asignaturas de Biología y Química. Dicha información nos permitirá ampliar las temáticas abordadas en clase... ¡MUCHACHOS, BUSQUEN LA INFORMACIÓN CORRESPONDIENTE A LA TAREA O ACTIVIDAD ASIGNADA, CADA FUENTE ESTÁ DEBIDAMENTE ROTULADA CON LA FECHA Y EL RESPECTIVO GRADO O CURSO ENTRE PARÉNTESIS!
miércoles, 30 de marzo de 2011
viernes, 25 de marzo de 2011
Problemáticas Ambientales (7°)
1) Teniendo en cuenta el listado de ecosistemas terrestres, diga cuales son los que están mas afectado por la acción humana.
2) Realiza un plano o gráfico en donde ubiques los ecosistemas terrestres desde el nivel del mar hasta los picos nevados, resaltando los ecosistemas más afectados por la acción humana.
3) Investiga y enuncia las políticas entorno al cuidado del medio ambiente.
DEGRADACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE ECOSISTEMAS
H
AY
diferentes grados de alteración de las comunidades naturales que constituyen un ecosistema, que van desde la simple explotación de algunos de sus recursos vegetales y animales que conduce a cambios en las densidades demográficas de las especies explotadas, hasta la radical destrucción de las comunidades y del suelo en que éstas se desarrollan, como ocurre en los casos más extremos de erosión.La pirámide trófica que caracteriza a un ecosistema puede ser muy fácilmente alterada o modificada sin que a primera vista se aprecie un daño sobre la comunidad viviente, pero a la larga los efectos pueden aparecer y modificar la estructura de las comunidades. Un ejemplo muy citado de lo anterior es el caso del bosque de encinos, en el que existe una población de ardillas que utiliza una parte de las bellotas (semillas producidas por los encinos) en su alimentación, y existe también una población de halcones que utiliza a las ardillas como fuente principal de alimento. Supongamos que la cacería de los halcones, cuya posición en la pirámide trófica determina que su número sea relativamente pequeño, causa una fuerte disminución de su número en el bosque. Esto tendrá como consecuencia que las ardillas incrementen su número al disminuir su mortalidad y esto a su vez causará un incremento en la mortalidad de semillas de los encinos y por lo tanto una reducción en su capacidad de regeneración. A la larga, los encinos podrían verse gradualmente sustituidos por otras especies de árboles cuyas semillas no son apetecidas por las ardillas o que las produzcan en mayor número que los encinos originales. De esta manera la modificación gradual de una comunidad se dio por el simple hecho de alterarse la composición de su pirámide trófica (Figura 6).
Figura 6. Estructura de una pirámide trófica en un ecosistema terrestre árido. (a) Plantas fotosintéticas, (b) herbívoros, (c) omnívoros y carnívoros, (d) carroñeros.
Esto mismo puede ocurrir dentro de cualquier otro ambiente natural, y de hecho está ocurriendo continuamente sin que las personas interesadas en la ecología tengan suficientes elementos para interpretar estos cambios por falta de estudios prolundos. De hecho ya son pocos los lugares en los que no se presente la influencia de algún agente ambiental inducido por el hombre que esté causando una gradual modificación y empobrecimiento de las comunidades naturales.
Para que en una comunidad natural exista la posibilidad de que se presenten fuegos recurrentes (es decir, que ocurren con cierta regularidad cada cierto tiempo) deben reunirse los siguientes requisitos: 1) que exista una clara alternancia entre la estación húmeda y la seca, ya que en lugares permanentemente húmedos el fuego no se propaga; 2) que durante la estación de crecimiento vegetal se genere suficiente material orgánico combustible; 3) que la cubierta vegetal tenga la continuidad necesaria para que el fuego se propague horizontalmente. Muchas comunidades naturales, ya sean bosques, matorrales o praderas presentan estas características y son por lo tanto susceptibles de incendiarse. Además de las anteriores condiciones, es necesario que exista un agente que provoque la ignición que da origen al fuego.
Antes de la aparición del hombre ocurrían fuegos naturales inducidos por el efecto de tormentas eléctricas en ausencia de precipitación pluvial, o por otros agentes mucho más improbables como las erupciones volcánicas. Después de la colonización humana, casi en cualquier lugar del planeta, el fuego se convierte en un disturbio recurrente que ha modificado el paisaje de extensas regiones.
Los agricultores y pastores han utilizado al fuego con varios propósitos, como la limpieza de los terrenos recién desmontados para la agricultura, la eliminación de residuos agrícolas, la eliminación de la vegetación con fines de destrucción de malezas, plagas y animales peligrosos y la quema de los pastizales para favorecer el desarrollo de renuevos verdes para el ganado y para la cacería, ya que el fuego puede facilitar el acorralamiento de animales en zonas restringidas o la salida de algunos de ellos de sus guaridas. El fuego es por lo tanto un instrumento importante de la colonización y expansión del hombre sobre la Tierra, pero esto ha tenido consecuencias en la generación de paisajes que difieren de lo que originalmente existía. Una prueba de lo anterior es el hecho de que ciertas praderas comienzan a cubrirse de árboles tan pronto como los fuegos periódicos son interrumpidos.
Muchas plantas y animales están adaptados a sobrevivir o tolerar en cierta medida los fuegos recurrentes. En el caso de las plantas, éstas tienen órganos de perennación subterráneos que sobreviven al incendio o cortezas gruesas y de dificil combustión y yemas de crecimiento cubiertas por envolturas de hojas verdes protectoras. Los animales tienen un ciclo de vida adaptado a los ciclos del fuego o pueden huir o resguardarse de los incendios en guaridas subterráneas. Estas plantas y animales son los que predominan en los lugares que se queman con regularidad, pero no sabemos a ciencia cierta los efectos que el fuego ha causado en la determinación de la fisonomía actual de muchas comunidades supuestamente naturales y en su composición de especies.
En México hay fuegos recurrentes frecuentes en grandes extensiones del país, que son fáciles de apreciar principalmente en la temporada seca. Algunos datos muestran la importancia de este factor en el deterioro del ambiente.
Los bosques de coníferas y pino-encino son actualmente los más extensos de la República, y cubren el 15% aproximadamente de la superficie del territorio. La mayoría de estos bosques sufren fuegos frecuentes que son de tres tipos: rasantes, en los que se quema principalmente la hojarasca; de copas, en los que los árboles se incendian también, y totales, en los que también desaparece del suelo parte de la materia orgánica en descomposición. Los más frecuentes son del primer tipo, y los técnicos forestales no les confieren mucha importancia pues incluso se piensa que tienen efectos benéficos para la conservación del bosque, como la eliminación de árboles competidores de los pinos y el favorecimiento de la vegetación herbácea que sirve de alimento a la fauna silvestre herbívora. Sin embargo, las cosas no son tan simples, ya que grandes extensiones de bosques han sufrido daños por las prácticas de extracción de ocote y resina que hacen más susceptibles a los árboles de quemarse. Los fuegos también se han asociado con el empobrecimiento del número de especies vegetales que forman los bosques, y en algunos casos con la diseminación de plagas. Aunque la mayor parte de los incendios de bosques de pinos en México son rasantes, sus consecuencias pueden ser muy importantes sobre la composición del bosque. Un estudio realizado en Michoacán (Pérez-Chávez, 1981) muestra que en condiciones de bosque deteriorado por el pastoreo, el ocoteo y el resinado, los incendios son responsables de la diseminación más eficiente de parásitos descortezadores del grupo de los escolítidos. El daño que éstos ocasionan a las diferentes especies de pinos es variable, siendo más susceptible Pinus leiphylla y menos su ceptible Pinus michoacana y las demás especies que ocupan posiciones intermedias. Así, el fuego puede llegar a determinar a la larga la composición del bosque y la desaparición de algunas especies.
Según cálculos de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, existen estados de la República donde hasta el 40% de la superficie arbolada puede verse afectada por incendios rasantes en un año seco. Algunos de estos incendios se propagan a las copas y al suelo dando lugar a la total destrucción de la comunidad, dependiendo de la cantidad de materia orgánica combustible acumulada y del grado de deshidratación de ésta. Algunos fuegos rasantes, al reducir la cantidad de material combustible, pueden evitar que más adelante se pueda producir un incendio de copas o total, de manera que los fuegos rasantes son frecuentemente utilizados como una práctica de manejo de los bosques de pinos por los técnicos forestales de los Estados Unidos y otros países.
Los bosques de coníferas han desaparecido en una superficie equivalente al 50% de su probable área original. Puede decirse que actualmente casi toda la extensión de bosques de coníferas del país tiene una fisonomía profundamente afectada por el fuego y en muchos casos el pastoreo y la explotación de madera, leña y carbón. De esta manera, podemos considerar que al contemplar uno de estos bosques no estamos en absoluto ante una comunidad prístina, por más hermosa que ésta parezca, sino ante un conjunto profundamente marcado por la acción humana.
Los fuegos también afectan comunidades en las que, en condiciones naturales, éstos serían muy improbables; por ejemplo, algunas selvas se ven afectadas por los fuegos que escapan del control de los agricultores que practican quemas con fines de desmonte, de manera que el fuego también ha contribuido en forma directa a la radical disminución que los bosques y selvas húmedas han sufrido en el país. Su efecto en los desiertos no es tan grave, ya que la falta de continuidad de la cubierta vegetal y la presencia de plantas suculentas en estas zonas impide su propagación horizontal.
Actualmente muchos de los fuegos más destructivos son el resultado de descuido o de actos de vandalismo de residentes citadinos que ocasionalmente viajan al campo. Como ejemplo de esto pueden mencionarse datos sobre las causas de los incendios reportados en el estado de Chihuahua (García-Villafrán, 1985): 32.2% fueron originados por fogatas descuidadas, 20.4% por fumadores, 3.4% por incendiarios. Otros factores fueron las rozas, la quema de pastos, etc., y sólo el 4.6% fue originado por descargas eléctricas naturales.
El fuego también tiene efecto sobre la fertilidad del suelo, ya que permite la liberación de ciertos nutrientes y la volatización de otros, cambiando así las condiciones de fertilidad del lugar que afecta. Los incendios también modifican la composición de la flora y la fauna que va a desarrollarse en el sitio quemado, al hacer desaparecer ciertas semillas y provocar la germinación de otras o quemar cierto número de huevos o formas larvarias de animales sin afectar a otros.
Aún queda mucho por conocer y estudiar acerca de los efectos del fuego en los diferentes medios ambientes de México.
La eliminación total o parcial de la cubierta vegetal (ya sea con el propósito de explotar los recursos naturales o de abrir nuevas tierras para uso agrícola o pastoril) es una práctica fundamental en la acción colonizadora del hombre. Existen estudios realizados en Nueva Inglaterra (Estados Unidos) y Gran Bretaña que muestran que regiones que actualmente son extensos bosques en épocas anteri res estaban casi totalmente deforestadas y en uso agrícola o pastoril (The Harvard Forest Models, 1975), de manera que la tala es otro antecedente del desarrollo de la fisonomía de las actuales comunidades naturales en muchas regiones del mundo. En México tenemos el ejemplo clásico de la civilización maya, de la que se encontraron numerosas ciudades enclavadas en terrenos cubiertos por selvas cuando estas zonas arqueológicas fueron descubiertas. Es lógico pensar que parte de esta selva había sido talada y se recuperó después del abandono de las ciudades (Figura 7). Actualmente ya no se da tan frecuentemente la recuperación de la vegetación original. Lo que ha sido talado o alterado permanece así indefinidamente por diversas razones, dando tal vez lugar al desplazamiento definitivo de la flora y la fauna original que poblaba el lugar. Esto va a depender del grado de deterioro que sufra el suelo y de la cercanía de zonas de comunidades naturales que puedan aportar elementos florísticos y faunísticos colonizadores al área talada cuando ésta deje de ser utilizada por el hombre.
Figura 7. Esquema de una sucesión o repoblamiento gradual de una zona, hasta la regeneración de la comunidad viviente original a partir de un campo de cultivo abandonado, cuando existe aún el germoplasma necesario para que reaparezcan las especies originales de la comunidad.
En relación con la presión demográfica de cada región, el proceso de sustitución de las comunidades naturales por zonas alteradas para la agricultura y la ganadería se inicia generalmente en las áreas que presentan el mayor potencial productivo. Estas áreas son generalmente terrenos planos, de suelos profundos, en las vegas de los ríos, o zonas que tienen buenas posibilidades de conservar la humedad. Cuando la presión demográfica aumenta, se comienza a utilizar terrenos de potencial agrícola más limitado, situados en pendientes y más susceptibles al deterioro; éste será mayor o menor dependiendo del grado de desarrollo que los agricultores hayan alcanzado en relación con las prácticas agrícolas apropiadas para esas condiciones de uso del suelo.
Bajo presión demográfica fuerte, comienzan a utilizarse terrenos no aptos para la explotación agrícola o el pastoreo, lo que da lugar al rápido deterioro de las condiciones de esos suelos y a una corta duración de su capacidad productiva, lo que obliga a sus pobladores a desplazarse hacia otros lugares igualmente inapropiados o aun peores.
El proceso anteriormente descrito puede también ser consecuencia de la estructura social del grupo humano poblador del área y no sólo de su número; por ejemplo, las clases altas más poderosas de la sociedad pueden tomar posesión de las mejores tierras, desplazando a las clases bajas hacia las tierras más pobres e improductivas. De esta manera, la distribución desigual de la riqueza generada por la tierra incrementa aún más esta desigualdad social, lo que indudablemente ha sido una de las causas del deterioro del medio ambiente natural más importantes, ya que una parte considerable de la población se ve obligada a hacer uso de terrenos que no tienen condiciones apropiadas para ser explotados, o que requieren de técnicas de explotación cuyo conocimiento y aplicación no está a su alcance.
La desaparición de la vegetación arbórea es la que resulta más fácil de apreciar y evaluar como forma de deterioro de las comunidades naturales, ya que el paisaje cambia radicalmente sobre extensas áreas.
México ha sufrido, a través de los siglos, una radical disminución de la superficie arbolada, tanto en bosques de altura como en las selvas de las planicies costeras. Antes de la colonización humana del territorio de México su superficie arbolada posiblemente correspondía a alrededor del 60% de la superficie total. Cuando llegaron los conquistadores, ésta posiblemente se encontraba cercana al 56% y en 1984 se había reducido al 22% (Manzanilla, 1985). Este porcentaje incluye vegetación arbolada profundamente deteriorada o etapas regenerativas de bosques destruidos que no pueden considerarse como vegetación inalterada. Sólo en lo que va del siglo la pérdida de la superficie arbolada se calcula en 18 000 000 hectáreas de bosques y 26 000 000 hectáreas de selvas, es decir, el 19% del total del territorio ha perdido su vegetación arbórea en menos de un siglo (Jardel Peláez, 1985).
No todos los bosques han sufrido este grado de deterioro. Las selvas cálido-húmedas ocupan quizá menos del 10% de su superficie original (Estrada y Coates Estrada, 1983).
También los bosques latifoliados de niebla casi han desaparecido en muchos estados, pero no existen datos cuantitativos, ya que en este caso es dificil diferenciar un bosque natural de un cafetal con árboles de sombra por medio de las fotografias aéreas que normalmente se usan en los inventarios forestales. En realidad estos inventarios no permiten visualizar con claridad el grado de deterioro de los bosques existentes, pues la clasificación que se hace de áreas forestales muchas veces incluye áreas perturbadas, superficies arbustivas y áreas arboladas. Por ejemplo, respecto al Estado de México, el Centro de Investigaciones de la Región Central indica que del total de la superficie forestal de dicho estado, 41.2% corresponde a áreas perturbadas y 4.6% a superficies arbustivas (Islas-Gutiérrez, 1985).
Un buen ejemplo del efecto que el hombre ha causado sobre la vegetación arbolada podemos verlo en el estado de Tlaxcala, del que se calcula que tenía originalmente una superficie de 350 000 hectáreas de bosques. En 1949 tenía sólo 108 000 hectáreas y en 1978 tan solo 68 000 (García-Aguirre, 1986).
El mismo autor menciona que en México, año con año, las causas principales de desaparición del bosque son: cambio de uso del suelo de forestal a agrícola, que él calcula en alrededor de 200 000 hectáreas al año, y los efectos de la explotación legal y clandestina de los recursos forestales. Se calcula que los derribos clandestinos de árboles para leña y carbón de consumo doméstico suman alrededor de 15 000 000 m3 de madera al año para el consumo de 21 millones de mexicanos que todavía utilizan este recurso como combustible. Este proceso de extracción clandestina tiene lugar incluso en áreas de bosque supuestamente protegidas; por ejemplo, en la reserva de la mariposa monarca, "El Campanario", se extraen a lomo de burro cargas de tejamanil, leña y carbón que corresponden a la madera producida por 80 hectáreas de bosque al año (Snook, 1985).
Los encinares se encuentran entre los bosques más afectados por la actividad humana, ya que estaban localizados en tierras de clima benigno, favorables para la agricultura. Los encinares fueron importantes proveedores de madera y carbón durante un largo periodo de la historia de México. Su superficie comprendió probablemente alrededor del 5 al 6% del territorio nacional, y contenía una importante diversidad de especies. Actualmente los encinares puros, bien desarrollados, han desaparecido casi totalmente y los encinos se encuentran con frecuencia asociados a los pinares.
Hoy en día, la mayor parte de las maderas preciosas tropicales proceden de desmontes, más que de explotaciones conservacionistas de la vegetación forestal. Los tres estados principales que surtían en 1978 al Distrito Federal de este tipo de maderas eran Quintana Roo, Chiapas y Campeche, los cuales proveían el 92% del total de las maderas preciosas, mientras que Veracruz, San Luis Potosí y Tamaulipas aportaban más del 50% de las maderas tropicales corrientes. En estos últimos estados las maderas finas ya escaseaban (Herrera-Sánchez, 1980).
Las presiones demográficas de las partes más densamente pobladas de México, en la parte central del territorio, hicieron concebir al gobierno central planes para movilizar a la población hacia el sureste del país, zona en la que hasta mediados de este siglo aún existían extensas selvas. La Comisión de Desmontes, creada en la década de los setenta, se hizo cargo de abrir en sólo cinco años 42 300 hectáreas de tierras a la colonización y cultivo para los nuevos inmigrantes, y propició la multiplicación del número de políticos millonarios que aprovecharon la oportunidad para explotar clandestinamente la madera derivada de los desmontes y obtener concesiones de terrenos ganaderos (Toledo y colaboradores, 1985). Algunos de los planes de desmonte y colonización más famosos fueron los de La Chontalpa y Balancán-Tenosique en Tabasco, Uxpanapa en Veracruz, Marqués de Comillas en Chiapas, y otros en Campeche. Muchas de estas acciones de desmonte no tuvieron el éxito esperado por lo que respecta a la producción agropecuaria, pues faltaron estudios adecuados del correcto uso del suelo en cada sitio. Lo único que ocasionaron fue un enorme desperdicio de recursos naturales que pudieron haber sido mejor explotados, además de la casi total desaparición de las selvas húmedas en Tabasco y Veracruz y su considerable reducción en los demás estados.
Uno de los casos más dramáticos de deterioro producido por el desmonte es el de la región de Uxpanapa, pues esta zona tiene suelos pobres más apropiados para praderas ganaderas que para cultivos anuales, de manera que la región que en su momento fue tomada como modelo de colonización agrícola del trópico (lo cual condujo a la desaparición de más de 1 000 km² de selvas bien conservadas) no ha sido más que una solución mediocre al problema de la productividad agrícola (Ewell y Poleman, 1980). Un buen análisis de toda la problemática de la colonización del trópico mexicano fue realizado por Toledo y colaboradores en 1985.
No sólo la tala total ocasiona el problema de deterioro de los bosques. Otras formas de explotación aparentemente conservacionistas de estos recursos llegan a tener un efecto deletéreo sobre las comunidades. La extracción de resinas en los bosques de pino es una actividad de considerable importancia en México incluso desde la época prehispánica, ya que varios grupos indígenas utilizaron la resina con diferentes propósitos. En 1967, más de 25 000 000 de pinos en los estados de Michoacán, Jalisco, México, Puebla y Zacatecas estaban en producción (Mas Porras y Prado, 1981). En el caso particular del estado de Michoacán, que produce más del 70% de la resina del país, en 1980 existían 490 000 hectáreas de bosques resinables, es decir, el 50% de la superficie arbolada del estado, de las cuales estaban en explotación más de 300 000. Ya para entonces se hablaba de un gradual deterioro de la productividad, que sería más marcado en los siguientes 10 años debido a la sobreexplotación y falta de árboles de talla explotable (varios autores, 1980). Todos los métodos de resinación dañan en mayor o menor medida a los árboles y los hacen más susceptibles al fuego, ya que destruyen parcialmente la corteza protectora y exponen la resina altamente inflamable al exterior; además, favorecen la penetración de plagas, al debilitar al árbol. Algunas especies de pinos podrían ser más susceptibles que otras, pero de esto se tiene poca informacion.
De todas las especies de animales domésticos, las que participan en esta forma de alteración del ambiente son unguladas, es decir, animales herbívoros de pezuña. En Mesoamérica no se logró la domesticación de ningún animal con estas características, por lo que todos los que actualmente efectúan el pastoreo provienen del Viejo Mundo. La historia de la ganadería en México desde sus orígenes ha sido detalladamente descrita por Pedro Saucedo Montemayor (1984).
El efecto del pastoreo como agente de deterioro se inicia a partir de la Conquista; sin embargo, en Norteamérica, incluyendo partes de México, existían manadas de bisontes y berrendos que pastoreaban en las praderas naturales de esa región, la cual constituía un tipo peculiar de pradera densamente poblada por rumiantes, caso único en el continente americano.
Después de la introducción del ganado vacuno, ovino, caprino y caballar, fue necesario extender la superficie de pastoreo mediante el desarrollo de praderas inducidas en regiones que anteriormente tenían vegetación arbórea. Al parecer, la superficie original de pastizales naturales de México era pequeña y se restringía a una franja que corría paralela a la Sierra Madre Occidental, además de pequeños fragmentos en la Mesa Central y una pequeña extensión de sabanas en el sureste (Rzedowski, 1975), de manera que el desarrollo de la ganadería implicó en México la desaparición extensiva de comunidades naturales, cosa que no ocurrió tan marcadamente en otros países como los Estados Unidos, Argentina, Uruguay y Venezuela, que tienen considerables extensiones de pastizales naturales.
En la época actual la ganadería ha cobrado importancia extraordinaria como actividad económica y se ha acelerado su impacto sobre las comunidades naturales, sobre todo en las regiones cálidas de baja altitud. Según cálculos de Toledo (1987), la superficie dedicada a la ganadería pasó de alrededor de 38 millones de hectáreas en 1930 a más de 90 millones en 1983, siendo éste un incremento acumulativo de 2.9% de la superficie cada año. El número de reses pasó en el mismo periodo de cerca de 10 millones a más de 37 millones, lo que ha implicado la desaparición de bosques, selvas y matorrales desérticos en una enorme superficie, sin que haya mejorado sustancialmente el nivel de vida del campesinado mexicano, pues es bien sabido que la actividad ganadera requiere de poca mano de obra y grandes extensiones de terreno que se mantienen con baja productividad. Además, la carne de res no es un producto al alcance de la mayoría, al menos en la cantidad que sería deseable (Figura 8).
Figura 8. Crecimiento del número de reses en México durante este siglo según datos de Saucedo Montemayor (1984).
El efecto del pastoreo sobre la vegetación y el suelo depende de varios factores como el tipo de ganado (caprino, bovino u ovino) la densidad de los hatos, las características de la comunidad vegetal y del suelo. Se ha visto que el pastoreo en los bosques, que se practica con gran frecuencia en México, afecta considerablemente la regeneración de los árboles, pues sus plántulas pueden ser eliminadas por el ganado y también las yemas de crecimiento. El peso y el continuo apisonamiento del suelo lo endurece, dificultando así la oxigenación de las raíces y el establecimiento de plántulas. Las ovejas y las cabras son más dañinas para la regeneración del bosque que las reses, ya que las primeras arrancan todo material vegetal, en tanto que las reses prefieren los pastos. Hay otros factores relacionados con la estructura del rebaño por los que se concluye que las reses son los animales relativamente menos peijudiciales para el bosque (Carrillo-Guerrero y Carmona-Carranza, 1985).
Con respecto a los matorrales desérticos, los daños producidos por las cabras son extraordinariamente graves, pues estos animales son capaces de devorar plantas suculentas, de muy lento crecimiento, aunque estén provistas de las más agudas espinas. No cabe duda de que el pastoreo de caprinos es una de las principales causas de deterioro de las comunidades naturales desérticas.
La densidad de la población del ganado tiene un efecto directo sobre la capacidad de regeneración de los pastos de los cuales se alimentan. El número óptimo de cabezas de ganado por unidad de superficie de pradera se conoce como "coeficiente de agostadero". Cuando este número no es respetado o no se conoce con precisión, pueden presentarse cambios importantes en la composición de la pradera. Las plantas más apetecidas son eliminadas hasta la raíz y las menos apetecidas o perjudiciales proliferan (López-Ornat, 1984).
El paisaje de las tierras de baja altitud en México se encuentra dominado por enormes extensiones de praderas artificiales formadas por especies de pastos generalmente procedentes de África y de otras regiones que en nada se parecen al paisaje original. Las consecuencias de esto sobre la fauna son también muy importantes, pues desaparecen las especies nativas de las comunidades destruidas y proliferan las especies oportunistas e introducidas; por citar un caso particular, mencionaremos que en los pastizales inducidos en zonas cálido-húmedas, como el sur de Veracruz y en Tabasco, las especies de aves que ahora predominan nada tienen que ver con las que existían en las selvas. El picho, la garza garrapatera (africana), las golondrinas, el tapacaminos y otras más que vemos al transitar por esas regiones no son indicadores de conservación de la naturaleza sino todo lo contrario, pues son especies adaptadas a las condiciones alteradas de los pastizales y cultivos.
También muchas comunidades acuáticas, principalmente en el sureste de México, han sido transformadas en pastizales, ya sea mediante desecación de los pantanos o por introducción de pastos resistentes a la inundación, de manera que la flora natural ha sido sustituida sobre grandes extensiones de áreas inundables. De hecho, no existe comunidad natural, por inhóspita que parezca, que no esté sufriendo en mayor o menor medida los efectos del pastoreo. Al ganado se le deja vagar por lugares como manglares, pastizales halófitos, dunas costeras, páramos de montaña, etc., en busca de alimento. Estos lugares, a primera vista, parecerían totalmente inadecuados para este propósito; sin embargo, están sufriendo el efecto del pastoreo, lo que indudablemente modificará su estructura y composición.
En las zonas montañosas, el ganado, al contrario de lo que ocurre en zonas cálido-húmedas, hace uso principalmente de pastos nativos, y éstos se ven afectados por la acción del pastoreo en diversas formas: se modifica su forma de crecimiento y se altera la composición de especies, ya que algunas son más susceptibles que otras y, finalmente, con la llegada del ganado a estos ambientes, llega también el fuego como un medio que utilizan los pastores para favorecer la aparición de nuevos brotes de pasto. Todo esto tiene a la larga un efecto muy drástico sobre la comunidad natural. Al hablar de la erosión volveremos a este punto tan importante.
En la formación de un suelo capaz de sostener vida vegetal y animal participan una serie de factores físicos, químicos y biológicos que conducen a la gradual desintegración de las rocas de la corteza terrestre para formar esa mezcla compleja de partículas minerales y orgánicas que constituyen el suelo fértil.
El desgaste del suelo se produce por el transporte, por la acción del agua o del viento, de un lugar a otro de los materiales que lo forman. Éste es un proceso natural de la corteza terrestre visto en una escala geológica de tiempo. El acarreo de suelo ha ocasionado la formación de valles aluviales y el gradual desgaste de las montañas. La vegetación natural ha sido el factor regulador del proceso erosivo, pues la cubierta vegetal actúa como retenedora del suelo e impide que su acarreo a otro lugar ocurra a mayor velocidad que el tiempo que toma la formación de un nuevo suelo en el sitio. Mientras mayor sea la pendiente de un terreno, más susceptible será a los agentes erosionantes, pero incluso los terrenos muy inclinados conservan suficiente suelo para el desarrollo de comunidades naturales complejas y, en condiciones naturales, sólo fenómenos orográficos y climáticos extremos han hecho que el proceso de erosión haya vencido al de formación de suelo para dar lugar a los paisajes rocosos y acantilados característicos de algunas cordilleras y desiertos (Figuras 9 y 10).
Figura 9. Suelos erosionados en una zona de colinas boscosas de Tlaxcala.
Figura 10. Diagrama que muestra los efectos de la erosión en un suelo en pendiente, hasta que termina aflorando la roca madre.
La acción humana ha cambiado en muchos sitios el equilibrio de fuerzas entre el proceso de formación de suelo y el de erosión, principalmente a través de la eliminación de la cubierta vegetal natural de los terrenos dedicados a la agricultura o al pastoreo. Esto acelera el acarreo del suelo por el agua en los terrenos en pendientes o su arrastre por el viento en las planicies. Algunas características del clima también tienden a afectar la velocidad con la que se da el proceso erosivo.
La topografía accidentada y el régimen de lluvias de muchos sitios del territorio de México los hacen más susceptibles a sufrir el efecto destructivo de la erosión. En el país, alrededor de un 60% del terreno tiene una inclinación superior al 10%, y el 28%, pendientes superiores al 25%. Por otro lado, generalmente las lluvias están restringidas a un periodo corto del año y tienden a concentrarse en chubascos violentos y tempestuosos de gran intensidad y corta duración, lo cual favorece el escurrimiento superficial del agua, fenómeno que se acentúa en los terrenos con poca o ninguna vegetación protectora.
La eliminación de la vegetación natural original de los terrenos en pendiente puede ocurrir por medio de la tala y quema con el fin de dedicar esas tierras a la agricultura, o por la gradual disminución de la cobertura vegetal ocasionada por el pastoreo y el sobrepastoreo; es decir, cuando se sobrepasa la capacidad del terreno para alimentar a un cierto número de animales por unidad de superficie. Ambos fenómenos se dan con gran frecuencia cuando la presión demográfica o la situación socioeconómica obliga a los campesinos a hacer uso de tierras no aptas para la explotación agrícola y pastoril.
Los daños que la erosión acelerada causa no sólo afectan al lugar en donde ésta se presenta, sino que también se resienten en lugares distantes, como veremos a continuación al enumerar los efectos de la erosión:
1) Un gradual adelgazamiento y pérdida paulatina de la fertilidad del suelo debido al desgaste causado por el acarreo del material que lo forma.
2) Endurecimiento del suelo y aparición en la superficje de grava o rocas que se encontraban en capas profundas del suelo y que van llegando cada vez a capas más superficiales.
3) Formación de grietas por las que escurre el agua, que se van transformando en cárcavas profundas o auténticas barrancas conforme el proceso erosivo progresa.
4) Disminución gradual de la productividad agrícola, la velocidad de regeneración de pastos para el ganado o la potencialidad del suelo para recuperar o regenerar su vegetación natural original.
5) Al compactarse el suelo y desaparecer la vegetación, el agua deja de infiltrarse hacia capas más profundas del suelo, y en su mayor parte escurre por la superficie, agravando el proceso erosivo.
6) Al no haber infiltración de agua a capas más profundas del suelo, el manto freático se reduce y pueden desaparecer los manantiales permanentes, de manera que los ríos de caudal permanente tienden a hacerse torrenciales, de caudal estacional y reducirse e incluso secarse en la época de estiaje.
7) La pérdida de la capacidad de retención de agua por el suelo y la desaparición de las corrientes permanentes conducen a una gradual desertización del territorio erosionado, sobre todo en zonas semiáridas.
8) Las corrientes de agua que bajan de cuencas que sufren procesos erosivos van cargadas de sedimentos que vuelven turbias sus aguas, afectando la biota de los ríos que estas corrientes generan. Desaparecen las plantas acuáticas por falta de luz y los peces característicos de aguas claras son desplazados por especies adaptadas a las aguas turbias. Algunas malezas acuáticas pueden verse favorecidas por el incremento en la cantidad de nutrientes acarreados por el agua.
9) El aumento en el sedimento de los ríos causa que aquél se deposite en las zonas de corriente lenta, de manera que se forman bancos que dificultan la navegación o aumentan la probabilidad de inundaciones cuando los torrentes que alimentan al río crecen en la época de lluvias.
10) Los sedimentos acarreados por los ríos aceleran el azolvamiento de los lagos o de las presas en las que los ríos desembocan, disminuyendo su vida útil.
11) La erosión causada por el viento en los terrenos desnudos durante el estiaje produce contaminación atmosférica por polvos, que pueden afectar núcleos poblacionales ubicados en estas áreas.
12) Los efectos sociales de todos estos daños son graves. La disminución de la productividad de la tierra y de los cuerpos de agua causa pobreza y movimientos migratorios a otras zonas, que se verán a su vez afectadas por el mismo proceso con la llegada de nuevos habitantes. La emigración puede darse también hacia las ciudades, y contribuir así a aumentar los problemas derivados del crecimiento demográfico explosivo.
La erosión acelerada está ligada a la agricultura y al pastoreo desde que estas actividades existen, y ha alterado ya grandes extensiones del paisaje terrestre. Su efecto es mucho más grave en los terrenos en pendiente que en los terrenos planos, y en los climas marcadamente estacionales se manifiesta con mayor gravedad que en los climas benignos y húmedos. En algunos tipos de suelo es más dañina que en otros. Existen muchos procedimientos, algunos de ellos conocidos desde épocas muy antiguas, para prevenir o disminuir los efectos de la erosión, como la construcción de terrazas, las barreras de árboles u otras plantas, el rellenado de las cárcavas y la reforestación de ciertas zonas (véase el Manual de conservación de suelos, Departamento de Agricultura, Estados Unidos).
Desgraciadamente, muchos campesinos pobres que se ven forzados a hacer uso de terrenos muy susceptibles a la erosión carecen de los medios técnicos y económicos para aplicar los procedimientos de control de la erosión que se conocen. Además, en muchos casos se realiza un uso agrícola o pastoril de tierras que tienen tal pendiente que deberían estar totalmente protegidas a fin de que conserven su vegetación original.
Como lo demuestran los estudios de Antonio Andrade (1974, 1975), la erosión y la consecuente desertización son los problemas ambientales más graves del país. En los años en que él realizó sus investigaciones, el total de suelos erosionados era: suelo sin proceso erosivo o erosión incipiente (pérdida menor del 25% del suelo arable) en bosques, huertos frutícolas y plantaciones permanentes, 34.89% del territorio; suelos con erosión moderada (pérdida de entre el 25 y el 50% de la capa arable) en tierras de riego y pastizales de llanura, 23.96%; suelos con erosión acelerada (pérdida del 50 al 75% de la capa arable) en cerros, tierras de temporal y tierras no cultivadas productivas, 26.16%; superficie totalmente erosionada (pérdida de más del 75% de la capa arable), el restante 14% en zonas montañosas ya improductivas. De acuerdo con los Inventarios de Erosión Estatales, los estados más dañados por la erosión son Tlaxcala, Oaxaca, Querétaro, Estado de México, Aguascalientes, Distrito Federal, Zacatecas y Guanajuato, pero todos los demás estados ya presentan algun tipo de daño.
Fernando Medellín y otros autores (1978) hicieron una síntesis de todas las formas de alteración del medio natural que están conduciendo a un proceso de desertización en las zonas montañosas y semiáridas que bordean los desiertos de México. La erosión es el factor más importante, agravada por el deterioro de la cubierta vegetal causada por el sobrepastoreo.
El suelo está sujeto a otros daños que no son fácilmente apreciables como la erosión, pero que son igualmente dañinos para la sobrevivencia de las plantas. Entre ellos podemos citar la pérdida de materia orgánica, la compactación, la insolubilización, el lavado de los nutrimentos minerales, la acidificación o alcalinización excesiva, etc. Cada uno de estos cambios puede ser el resultado de alguna acción humana.
La pérdida de la materia orgánica y con ella la pérdida de la capacidad de retención de nutrimentos minerales del suelo es una consecuencia de la desaparición de muchos tipos de bosques y selvas que aportaban naturalmente materiales orgánicos al suelo. Al ser eliminados estos bosques y sustituidos por cultivos anuales o por praderas que producen mucho menor cantidad de materia orgánica, se produce un daño irremediable que debe ser aliviado por medio de la aportación de abonos y fertilizantes en muchos sitios. Debido a las altas temperaturas constantes, la descomposición de la materia orgánica en las zonas tropicales es más acelerada, por lo que los efectos negativos de la deforestación se presentan más rápidamente que en otros lugares.
La compactación del suelo se produce con frecuencia al desecarse los pantanos y los cuerpos de agua, cuyos sedimentos son muy arcillosos. Esto da lugar a la formación de suelos muy duros y de utilización productiva difícil.
La formación del suelo fértil ha tomado mucho tiempo y es el recurso natural más importante para la vida del hombre; no obstante, su destrucción acelerada es uno de los procesos de daño ecológico más graves, que ha sido ya la causa de muchos de los males que aquejan a la humanidad, como hambrunas, miseria, desempleo, emigraciones masivas, etcétera;
En páginas anteriores vimos que la deforestación y erosión están entre los factores principales que afectan a las cuencas hidrológicas, ya que tienen un efecto directo sobre el régimen de las corrientes de agua. En términos generales puede decirse que, en una zona semihúmeda, la gradual deforestación y erosión de una cuenca fluvial irán ocasionando los siguientes efectos: la desaparición o la disminución de los manantiales y el incremento de los torrentes formados por las lluvias en la alimentación de la corriente fluvial; la gradual transformación de esta corriente que, de ser un río permanente, pasa a ser uno estacional, esto es, que llega a secarse en la época de estiaje; el incremento de la turbulencia de las aguas y de la cañada de sedimentos que transportan; el incremento en la frecuencia y la magnitud de las inundaciones que se producen en la parte baja de la cuenca durante la época de lluvias; la desaparición de la flora y la fauna acuáticas y de la fluvial original y su sustitución por otras especies más tolerantes a la desecación estacional y a las aguas turbias. En la zona de influencia de la cuenca, el manto freático puede hacerse más profundo y disminuir su caudal (Figura 11).
Figura 11. Diagrama que muestra los efectos de la alteración de una cuenca hidrológica sobre el régimen de los ríos.
Otras formas de alteración del régimen fluvial muy frecuentes en México son la construcción de obras de irrigación, canales y presas que afectan tanto al volumen como a la regularidad de flujo de agua de los ríos y a veces incluso a su trayectoria. Esto trae consecuencias importantes para las comunidades naturales que crecen en las orillas o en la corriente de los ríos y puede llegar a modificarlas radicalmente, en tanto que las propias presas y canales se convierten en nuevos hábitats para especies oportunistas e introducidas, pues rara vez favorecen a las especies nativas.
Algunas cuencas fluviales de México han sufrido alteraciones radicales. Citaremos a continuación algunos ejemplos:
La cuenca del sistema Lerma-Chapala-Santiago es una de las más drásticamente afectadas. El río Lerma nace en la base del Nevado de Toluca, donde existía un conjunto de pequeñas lagunas y terrenos inundables, pero la mayor parte del agua es ahora transportada a la ciudad de México, por lo que el río, en su primer tramo, se ha convertido en un insignificante arroyo que ha sido canalizado y para colmo está sumamente contaminado por desechos de todo tipo. El río abandona el Valle de Toluca y recibe varios afluentes, pero en su trayecto existen varias presas que permiten utilizar el agua para la irrigación de la zona del Bajío; además, varias ciudades arrojan sus desechos a lo que queda del río Lerma, incluyendo la ciudad porcícola de La Piedad de Cabadas, en donde el río termina siendo uno de los más contaminados que sea posible imaginar. Reducido a su mínima expresión y profundamente contaminado desemboca en el Lago de Chapala, al que aporta considerable cantidad de sedimentos en las épocas del año en que su caudal aumenta por los aportes de los torrentes que bajan de las erosionadas montañas que circundan los valles del Bajío. En algunas ocasiones esto ocasiona desbordamientos importantes del río Lerma en algunas partes de su trayecto. El Lerma es un buen ejemplo de una total alteración de una cuenca hidrológica, inducida por la acción humana. Su flora y su fauna nativa hace mucho que han sido sustituidas por especies que pueden tolerar su actual estado de degradación. En la obra de Francisco Vizcaíno Murray se reseña el grado de alteración sufrido por algunas cuencas fluviales del país hasta 1975.
La cuenca lacustre de Pátzcuaro y las causas de su deterioro han sido bien estudiadas por Toledo y Barrera Bassols (1984). Los factores más importantes de deterioro de este lago son los siguientes: la cuenca de captación de agua del lago está deforestada en un 75%, lo que ocasiona grandes acarreos de sedimentos al lago, que ha disminuido mucho en profundidad; los aportes de agua han disminuido considerablemente; la llegada de contaminantes orgánicos de más de 22 comunidades de las orillas, incluyendo la ciudad de Pátzcuaro, ha causado eutroficación y con ella la proliferación de malezas acuáticas nocivas como el lirio acuático; finalmente, la introducción de varias especies exóticas de peces ha disminuido las poblaciones de las especies pesqueras más valiosas, como el pescado blanco. La cuenca fluvial del río Pánuco recibe ahora considerables volúmenes de aguas negras del Valle de México, que sobre todo en algunos de sus afluentes deben tener un efecto considerable, pues el incremento de la materia orgánica suspendida en el agua provoca una multiplicación microbiana que disminuye la cantidad de oxígeno disuelto, y favorece la multiplicación de ciertas algas y malezas acuáticas que causan la completa modificación de la biota de la corriente de agua. Efectos similares a éste se han multiplicado en diferentes cuencas fluviales, conforme el crecimiento de las ciudades va transformando a los ríos en depositarios de los desechos de todo tipo que la sociedad urbana genera. Existen procedimientos perfectamente conocidos y probados para realizar el tratamiento de las aguas negras y purificarlas hasta el punto de que su llegada a una corriente fluvial no la afecte radicalmente, pero dichos procedimientos aún no son de uso generalizado en el país.
La construcción de presas puede ocasionar drásticos cambios en las comunidades naturales. Uno de los casos más espectaculares de este efecto se presenta en la parte baja de la cuenca del río Grijalva. Anteriormente, la planicie de inundación de este río era muy amplia. En la época más lluviosa sus crecidas alimentaban un vasto complejo de pantanos, marismas y manglares, que formaban un conjunto de muy diversos ambientes en el estado de Tabasco, poblados por una rica flora y fauna acuática y semiacuática. La construcción de cuatro grandes presas hidroeléctricas sobre el río Grijalva (Chicoasén, Malpaso, Raudales y La Angostura) ha causado que las aguas del río tengan un caudal mucho más regular y que el desbordamiento sea mínimo, de manera que se han desecado extensas zonas pantanosas que actualmente se dedican principalmente al pastoreo. Esto ha causado la desaparición de una gran parte de un área natural de comunidades acuáticas únicas por su extensión y diversidad en el país Si el proceso ocurrido en el río Grijalva tiene lugar también en el río Usumacinta, la desaparición de estas comunidades podría ser total.
Otros efectos de la construcción de las presas del río Grijalva fueron los siguientes: la compactación de los suelos arcillosos de los pantanos y selvas inundables, lo que dio origen a suelos mucho menos fértiles de lo que se esperaba, sólo aptos para pastizales ganaderos y para cañaverales; la reducción de los aportes de nutrimentos introducidos a las tierras por las inundaciones, que dio lugar a una disminución de la fertilidad; el descenso del manto freático de muchos lugares, que afectó a otros tipos de cultivo como los cacaotales; la disminución del flujo de agua dulce a las marismas y manglares, que cambió las condiciones ecológicas de éstos y favoreció la entrada de agua salina hacia tierras más alejadas del mar (Barkin, 1978). Seguramente muchas especies de aves acuáticas, así como peces, tortugas, anfibios y algunos mamíferos como la nutria y el manatí han visto muy reducido su hábitat y es posible que varias de ellas se encuentren en peligro de extinción.
En las zonas áridas y semiáridas la construcción de presas y sistemas de riego tiene efectos bastante diferentes a los antes mencionados. Los suelos desarrollados bajo condiciones de extrema aridez no sufren un marcado proceso de lavado de iones solubles, tal como ocurre en áreas más húmedas. Parte de estos iones son transportados a capas más profundas del suelo donde se concentran. Cuando estos terrenos son irrigados sin las precauciones debidas (dosificación adecuada del agua, lavados periódicos, drenajes), con frecuencia el agua de riego disuelve las sales que se encuentran a cierta profundidad y las hace aflorar a la superficie. Además, la propia agua de riego contiene sales que en estas condiciones se depositan, concentrándose con el tiempo y creándose así problemas de ensalitramiento que afectan muchas hectáreas de los sistemas de riego del norte de México.
De acuerdo con las estimaciones de Francisco Contreras (1985), las costas mexicanas contienen aproximadamente 12 500 km² de lagunas costeras que con sus zonas de influencia constituyen una vasta superficie de gran importancia ecológica y económica. En las zonas estuarinas donde se forman las lagunas costeras se presenta la interacción entre el universo biológico del mar y el de las aguas continentales. Ambas influencias determinan que la composición de especies y el paisaje natural de las lagunas costeras, así como los estuarios de los ríos y los esteros, tengan características muy peculiares de este ambiente. Dichos cuerpos de agua reciben sus aportes de agua, sedimentos y nutrimentos minerales de los ríos que descienden hacia ellos y del mar, con el que estan comunicados, de manera que ambas influencias son decisivas en el mantenimiento de las comunidades naturales que se desarrollan en ellos (Figura 12). Su vegetación más característica son los manglares, que son un tipo de bosque cuyos árboles están adaptados para tolerar las condiciones de suelos permanentemente fangosos y salinos. Además, existen otros tipos de vegetación hidrófila en áreas menos salinas y pastizales de pastos tolerantes a la sal en las zonas salinas menos inundables. Estos conjuntos de comunidades soportan una rica fauna acuática y anfibia que sirve de alimento a las variadas especies de aves y mamíferos que se encuentran en este hábitat. Las aguas de las lagunas reciben importantes aportes de materia orgánica procedente de los manglares y de otras comunidades que las circundan. Esto permite la existencia de muchos peces, crustáceos (camarones, cangrejos y jaibas) y moluscos (ostiones y almejas) de importancia económica para los habitantes ribereños. A pesar de esto, las lagunas costeras están siendo alteradas de varias maneras. En México se presentan las siguientes alteraciones:
Figura 12. Esquema que muestra la ubicación de las lagunas costeras y sistemas estuarinos bajo la influencia simultánea del mar y las aguas continentales.
1) La comunicación de estos cuerpos de agua con el mar es a veces interrumpida por la construcción de obras de ingeniería como carreteras, oleoductos, etc., y esto afecta seriamente la estabilidad de los sistemas, pues se interrumpen los aportes de agua marina y la salinidad del sistema puede disminuir, afectando a las especies adaptadas a las aguas salobres. Se interrumpe también la entrada de larvas y de peces procedentes del mar, que requieren de lagunas costeras para completar parte de su ciclo biológico.
2) Disminuye o se interrumpe el flujo de agua dulce procedente de ríos que llegan a las zonas estuarinas. Esto produce una disminución de los aportes de los nutrientes y sedimentos y provoca que el sistema se vuelva más salino, lo cual puede afectar a muchas especies que están adaptadas a niveles intermedios o bajos de salinidad.
3) Los manglares y otras comunidades hidrófilas son talados para utilizar la leña o producir carbón, o para sustituirlos por pastizales para el ganado. Esto causa no sólo la destrucción del hábitat de muchas especies que viven en los manglares sino también la interrupción de los aportes de materia orgánica que llegan del manglar a los cuerpos acuáticos y que son la base de la pirámide trófica que en ellos existe, de manera que su productividad se reduce drásticamente.
4) Por su posición geográfica en la parte terminal de las cuencas, las lagunas costeras son muy afectadas por los contaminantes que los ríos transportan, y además reciben contaminantes de muy diversa índole de las poblaciones e industrias asentadas en sus orillas. Algunas lagunas muy extensas, principalmente en las costas del Golfo de México y el Golfo de Tehuantepec, se han visto muy afectadas por la explotación petrolera y la industria de la refinación de petróleo. Las Lagunas de Tamiahua, Ostión, de Términos y Superior, entre otras, han tenido una reducción importante en su productividad pesquera por causas atribuibles principalmente a los derrames de hidrocarburos (Carabias y Batis, l9). Algunas especies comerciales como el ostión, la mojarra, la lisa y otras, recolectadas en algunas de estas lagunas y otras zonas estuarinas, muestran concentraciones altas de hidrocarburos en sus tejidos (Vázquez y Villanueva, 1987).
Se tiene poca información sobre el efecto de esta contaminación sobre otros elementos de la flora y de la fauna, pero se sabe bien que los derrames de hidrocarburos son especialmente dañinos para las aves acuáticas, pues al impregnarse sus plumas se reduce tanto su capacidad de vuelo como su poder aislante, lo que ha causado la muerte de muchísimas aves marinas y estuarinas.
El efecto directo de los contaminantes de origen urbano e industrial sobre las comunidades naturales es difícil de evaluar en la mayoría de los casos, salvo en el de la lluvia ácida que es bien conocido y ha sido descrito con detalle en regiones boscosas y lacustres de Suecia, Alemania, Checoslovaquia, Estados Unidos y Canadá. Este fenómeno consiste en la formación de óxidos anhidros de azufre y nitrógeno durante la combustión de petróleo y carbón y sus derivados, que en contacto con el agua se transforman en los ácidos respectivos. El efecto de la lluvia acidificada con estos ácidos es particularmente grave en los terrenos derivados de rocas muy pobres en calcio. Los árboles y los cuerpos acuáticos de estos sitios sufren graves daños que han sido documentados con mucho detalle en Suecia. En México este fenómeno ha sido insuficientemente evaluado, aunque los suelos muy pobres en calcio son poco frecuentes en el país.
María de Lourdes de la I. de Bauer y T. Hernández Tejeda (1986) describen una serie de efectos de los contaminantes como el ozono, el dióxido de nitrógeno, el nitrato de peroxiacetilo y otros contaminantes atmosféricos sobre árboles y otras plantas que crecen en las ciudades, y en bosques y cultivos cercanos a éstas. Inclusive se describen los efectos de los contaminantes como el ozono sobre el bosque de Pinus hartwegii. Se encontró que, en esta especie, los daños son severos en la zona del Desierto de los Leones y del Ajusco. Parece que la contaminación puede estar causando la desaparición de estos pinos en esas zonas cercanas a la ciudad de Mexico.
Una de las zonas afectadas por la contaminación que han sido mejor estudiadas es la región inundable de la desembocadura del río Coatzacoalcos en el sur del estado de Veracruz (Centro de Ecodesarrollo, varias publicaciones). Esta zona contiene varios centros urbanos como Minatidán, Coatzacoalcos y otros poblados, además de una impresionante infraestructura de procesamiento de petróleo, explotaciones de azufre y numerosas industrias relacionadas con estos dos recursos naturales. Todo esto colinda con el propio río, su región estuarina y un sistema de pantanos muy extenso y variado. Se trata de una de las zonas más contaminadas del país, que contiene, al mismo tiempo, un conjunto de comunidades acuáticas sumamente variado y rico en especies de plantas y animales. Los resultados de esta interacción han sido la destrucción extensiva de la mayor parte de las comunidades naturales y el grave deterioro de las que aún existen. El Centro de Ecodesarrollo ha estudiado los problemas de esta región con detalle.
De todas las sustancias contaminantes que entran en contacto con la flora y la fauna, las más peligrosas son aquellas que se degradan lentamente y que por tanto tienden a acumularse en el ambiente, así como los contaminantes que no pueden ser excretados por los animales y alcanzan concentraciones crecientes en los tejidos en función dd nivel trófico que ocupa cada especie animal. Esto quiere decir que aunque su concentración sea baja en el ambiente, los herbívoros, al consumir continuamente plantas contaminadas, van concentrando estas sustancias en sus tejidos; los carnívoros las concentran aún más altas; y los animales carroñeros, que comen tanto herbívoros como carnívoros, pueden tener concentraciones tisulares aún más altas. Algunos contaminantes que se comportan de esta manera son el mercurio y el plomo, y ciertos insecticidas clorados como el
DDT
(Figura 13).Figura 13. Incremento de la concentración de un contaminante difícil de excretar a lo largo de una pirámide trófica.
El fenómeno anteriormente descrito parece estar directamente relacionado con la drástica reducción de aves de rapiña y carroñeras en grandes extensiones del territorio de México. Es bien sabido que estas aves son particularmente sensibles a las altas concentraciones de insecticidas clorados que causan daños en su oviposición, impidiéndoles formar huevos con la dureza suficiente para ser empollados sin ser destruidos. La desaparición de este tipo de aves tiene consecuencias en el resto de la pirámide trófica, como la proliferación de roedores nocivos y la falta de aves eliminadoras de carroña.
El uso de fertilizantes en los campos de cultivo, que después son lavados por la lluvia y arrastrados hacia ríos y lagos, puede llegar a tener un efecto muy importante sobre la flora y la fauna acuática. El incremento de nutrientes disponibles para el crecimiento de las plantas, como fósforo y nitrógeno, ocasiona una proliferación de cianobacterias y otras algas, así como malezas acuáticas como el lirio acuático y la lentejilla de agua; además, la proliferación de algas ocasiona un incremento en la materia orgánica en suspensión, lo que a su vez provoca una proliferación de microorganismos y una reducción del oxígeno disponible. La proliferación del lirio y la lentejilla acuática ocasiona una reducción de la iluminación del agua que mata a la flora benéfica del fondo y al fitoplancton, así como otros cambios en la temperatura y oxigenación del agua. En este caso también se incrementan las pérdidas de agua por evapotranspiración del lirio (Penfound y Earle, 1948).
Vemos que la eutroficación es un agente importante en la alteración de las comunidades acuáticas naturales, que puede estar alterando algunos cuerpos acuáticos cercanos a importantes zonas agrícolas. Un ejemplo de vaso eutroficado lo tenemos en la Presa Rodrigo Gómez, de Nuevo León, que surte parte del agua a la ciudad de Monterrey; pero al parecer este problema ya está resuelto. La presa estaba eutroficada por la llegada de aguas residuales y negras de varios poblados; sedimentos de terrenos en proceso de erosión y desechos agrícolas y ganaderos, entre ellos residuos de fertilizantes. Todo esto ocasionó la proliferación masiva de plantas vasculares acuáticas como la elodea, el lirio acuático y un pasto acuático, que invadieron todo el vaso. Las tres especies son introducidas en la cuenca. La proliferación exagerada de estas plantas trajo consigo problemas en la navegación, la práctica de la pesca, aceleración del azolve y proliferación de microorganismos por el exceso de materia vegetal en descomposición. Esto último ocasionó una disminución en el nivel de oxígeno disuelto que afecta a la fauna y al fitoplancton. En estos casos deberá evitarse el uso de herbicidas tóxicos para solucionar el problema, pues algunos son residuales y pueden afectar también a la fauna del vaso (Contreras- Balderas, 1975).
A grandes rasgos, la presencia de una planta o un animal en una comunidad natural se debe a que en algún momento del pasado sus ancestros fueron capaces de llegar y colonizar el sitio gracias a que transcurrió el tiempo suficiente para que su dispersión alcanzara ese lugar o a que algún factor geográfico se modificó de tal manera que permitió su movimiento hasta un nuevo hábitat. Desde que la humanidad ha aprendido a moverse libremente de un lugar a otro de la corteza terrestre, los hombres han llevado consigo especies de plantas y animales que en muchos casos se han adaptado exitosamente a las condiciones prevalecientes en los nuevos lugares a los que han sido transportadas. De esta manera, hoy en día muchos paisajes naturales y alterados están marcados por la presencia de seres vivos que fueron llevados a ese lugar por actos conscientes o inconscientes de transporte humano, y a veces la presencia de esos nuevos elementos vivos del paisaje ha causado directamente la desaparición de otros que eran nativos de dichos sitios. La introducción de especies es un importante agente de cambio y alteración de las comunidades naturales, y sus efectos son aún más drásticos en lugares que han permanecido aislados durante mucho tiempo, como las islas oceánicas, pero también tienen importancia en los continentes, pues en ocasiones las plantas y animales recién llegados no tienen enemigos naturales que limiten su desarrollo en los nuevos sitios y su multiplicación puede ser explosiva. Otras veces las nuevas especies están mejor adaptadas a las condiciones del nuevo ambiente que las propias especies que ahí evolucionaron, y acaban desplazando a éstas. En el caso de animales, puede tratarse de depredadores muy eficientes para los que las especies nativas no tienen defensa (Figura 14).
Figura 14. Tres inseparables vecinos del hombre en todo el mundo urbanizado: (a) ratón doméstico, (b) rata negra, (c) rata gris o noruega.
A México han llegado multitud de especies exóticas que han encontrado magníficas condiciones para establecerse, pero su efecto sobre las especies nativas y la fisonomía de las comunidades naturales ha sido poco estudiado.
Entre las plantas introducidas, uno de los ejemplos más impresionantes es el del pirú, árbol muy abundante en el altiplano mexicano, sobre todo en suelos derivados de cenizas volcánicas (Figura 15). Se dice que esta planta fue introducida desde el Perú por el virrey Antonio de Mendoza durante el siglo XVI; se adaptó tan perfectamente a las condiciones del altiplano mexicano que ahora es prácticamente el único árbol que se puede encontrar sobre enormes extensiones dedicadas a la agricultura en valles como el de Puebla y Pachuca. Es posible que esta planta haya sido en parte responsable de la desaparición de la flora arbórea nativa de estas regiones, ya que sus semillas son eficientemente dispersadas por algunas aves migratorias que regurgitan las semillas después de que han solubilizado los azúcares que las cubren. Para poder regurgitar las semillas las aves deben posarse en alguna rama, de manera que las semillas caen directamente en la base de los árboles que sirven de percha a las aves. Al germinar y establecerse las semillas, el pirú acaba sustituyendo al árbol en cuya base germino. Es posible observar este fenómeno en algunos puntos del área de distribución de la planta. Actualmente es frecuente ver yucas cultivadas rodeadas de jóvenes pirules.
Figura 15. Árbol de pirú, Schinus molle,en una zona semiárida del altiplano.
Entre las hierbas que crecen actualmente en el territorio de México tanto en campos de cultivo como en zonas de disturbio frecuente (semiurbanas), abundan las especies introducidas provenientes de una gran variedad de regiones del mundo. Curiosamente, el Viejo Continente y África ocupan un lugar importante como centro de origen de especies introducidas, entre las cuales se encuentran malezas, ruderales y arvenses. Rzedowski (1954) cita 91 especies de malezas presentes en el Pedregal de San Ángel, al sur de la ciudad de México: de estas plantas 31 especies son claramente de origen extranjero. Algunas de las malezas introducidas son sumamente conspicuas y se encuentran en casi todo el país. Entre ellas podemos percibir fácilmente plantas como un zacate de espigas rosadas (Rynchelytrum repens) de origen africano, que fue introducido en Sudamérica hace más de un siglo como planta forrajera. Comenzó a extenderse rápidamente por muchas clases de ambientes perturbados, sobre todo a lo largo de caminos y carreteras, extendiéndose por todo el continente. Sus características son las típicas de todas las plantas que tienen este comportamiento agresivo: rápido crecimiento, amplia tolerancia a la variabilidad ambiental, reproducción vegetativa y eficiente dispersión por semillas que se producen con frecuencia en forma continua, en climas que así lo permiten.
La falta de estudios profundos sobre la flora arbórea de México y sus potencialidades de establecimiento y desarrollo en diferentes ambientes ha determinado que muchas de las especies de árboles que se utilizan en los programas de reforestación y protección del suelo sean especies originadas en otros continentes. Algunas de las más conocidas y utilizadas son las diversas especies de eucaliptos y casuarinas y la grevilea, procedentes de Australia; el sauce llorón de China, el trueno de Japón, el álamo plateado de Europa, y coníferas de variados orígenes. Un caso particularmente ilustrativo es el que nos ofrece el pino americano (Pinus radiata) del Oeste de la Unión Americana. El pino americano se cultiva ampliamente en proyectos de reforestación de las montañas del centro de México, a pesar de que esta especie se encuentra afectada por un gran número de parásitos y no parece estar muy bien adaptada a las condiciones ambientales de las montañas mexicanas (González Vicente, 1984). Esta especie se ha utilizado a pesar de que existen en México más de 38 especies de pino sólo porque es más sencillo importar semillas de pinos exóticos que establecer un programa de recolección de semillas y establecimiento de viveros con especies nativas. Es un clásico ejemplo de una planeación deficiente de los programas de reforestación.
El problema generado por la formación de bosques de especies introducidas, como los eucaliptos (Figura 16), es que se generan en ellos condiciones ambientales que no tienen ningún parecido con las que existen en los bosques originales a los que han sustituido, de manera que muchas especies de plantas y animales no pueden establecerse en ese ambiente nuevo al que no están adaptadas, y su diversidad biológica permanece muy baja. Por lo anterior, este tipo de reforestación no contribuye a la conservación de la flora y la fauna nativa.
Figura 16. Zona en proceso de reforestación con eucaliptos en las colinas del norte del Valle de México.
Existen varios casos de introducciones de especies animales que han alterado las pirámides tróficas de las comunidades naturales. Los casos más conocidos de esto se encuentran en lagos que tenían una fauna nativa característica y que sufrieron la introducción intencional de peces procedentes de otras regiones del mundo. Estas introducciones generalmente tuvieron buenas intenciones, como la de incrementar la productividad de los lagos o el control de las malezas acuáticas, pero demuestran un pobre conocimiento de conceptos elementales de ecología por parte de quienes tomaron las decisiones. Estas personas pasaron por alto la gran riqueza ictiológica de los cuerpos de agua dulce del país, en donde se calcula que existían alrededor de 400 especies, varias de ellas endémicas y por lo menos 16 ya totalmente extintas. La gran mayoría de los peces han sido poco estudiados y se desconoce su potencialidad productiva y la posibilidad de cría y explotación (Elena, 1988).
De acuerdo con la revisión publicada por Salvador Contreras y Mario Escalante (1984), en México se han realizado al menos 26 introducciones de especies de peces provenientes de otros países y se ha intentado el transplante de 29 especies nativas a cuerpos de agua en los que no existían. De este total de 55 introducciones bien documentadas, se han establecido poblaciones reproductivas de al menos 41 especies. El efecto de la mayoría de estas especies sobre las poblaciones nativas no se ha evaluado suficientemente, pero se sabe que peces como la carpa común del Viejo Continente, el charal común de Chapala y la lobina negra del río Misisipi, entre otras, han afectado a las especies de peces nativas de algunos lagos del norte de México.
Un caso bien documentado es el efecto de la introducción de la lobina negra sobre la población de pescado blanco (especie endémica) en Pátzcuaro. Ambas especies compiten por el alimento, pero la lobina negra es un depredador más activo que se alimenta también de formas juveniles de pescado blanco y se reproduce más velozmente que éste, por lo cual los pescadores del lago han tenido que incrementar mucho la captura de lobinas para lograr equilibrar las poblaciones de ambos peces (García León, l985 y Rosas, 1983).
Existen muchos casos de plantas y animales introducidos al territorio mexicano que viven en mayor o menor medida en relación cercana con la perturbación que genera el desarrollo de las actividades humanas. Hasta ahora es poco lo que se sabe sobre el efecto de estas especies en la conservación de la flora y la fauna nativa y su penetración espontánea en las comunidades naturales que aún existen.
Tanto las especies introducidas como algunas de las nativas pueden ser favorecidas por la actividad del hombre, que favorece su reproducción y propagación o elimina a sus enemigos naturales; de esta manera, se transforman en elementos perjudiciales que causan pérdidas a las actividades productivas y alteran en forma negativa el medio ambiente. A estas especies las conocemos con el nombre de plagas. A continuación daremos algunos ejemplos, principalmente de aquellas que afectan a las comunidades naturales, pues hablar sobre las plagas agrícolas y ganaderas está fuera de los propósitos de este libro.
La distribución original de algunas de las malezas acuáticas flotantes más agresivas, como el lirio acuático y las diferentes especies de lentejillas acuáticas, estaba restringida aparentemente al sur de México, en el primer caso, y en el segundo a una superficie mucho menor que la actual. La eutroficación de los cuerpos acuáticos y el transporte accidental o intencional de estas plantas a nuevos ambientes las ha convertido en serias plagas que amenazan a la flora y a la fauna original de los cuerpos acuáticos que invaden, pues al cubrir la superficie afectan la penetración de la luz, la temperatura, la oxigenación del agua y otras características del ambiente relacionadas directamente con la sobrevivencia de las otras especies (Figura 17).
Figura 17. Alteración del medio ambiente de un ecosistema acuático por la proliferación del lirio.
Para combartir a las malezas acuáticas se ha propuesto explotarlas como abono, forrajes o como materia prima para otros usos. Cualquiera de estas posibilidades es preferible al uso de herbicidas o la introducción de animales exóticos que se alimenten de ellas, pues esto tendría consecuencias impredecibles sobre el medio acuático. La reintroducción del manatí podría ser la solución en algunas regiones del sureste, pues este animal devora grandes cantidades de lirio.
El pastoreo, los incendios, el ocoteo y la resinación han debilitado los árboles de muchos bosques de pino, lo cual ha favorecido la proliferación de diferentes especies de muérdago, los descortezadores y otras plagas de los bosques. En el Parque Nacional de Zoquiapan, en el Estado de México, del 50 al 75% de los árboles están infestados de muérdago enano (Rodríguez Angeles, 1985).
En México se calcula que 198 000 hectáreas de bosques de pinos están en mayor o menor medida afectadas por plagas y enfermedades (García-Aguirre, 1986). Un caso bien conocido y frecuentemente citado de introducción accidental de una plaga que causó una reducción importante de las poblaciones de especies silvestres de árboles es la enfermedad producida por un hongo en los olmos, llamada mancha azul del olmo holandés. Esta plaga es transmitida por dos especies de escarabajos descortezadores europeos. Hace 50 años la enfermedad llegó de Asia a Europa, en donde causó muchos daños en la zona norte. Poco después entró accidentalmente a Norteamérica, en donde causó una importante disminución en las poblaciones de olmos americanos, tanto silvestres como cultivadas. Actualmente se han desarrollado variedades de olmos resistentes a esta plaga. No se sabe si esta plaga ha afectado a las especies de ulmáceas mexicanas.
Otro caso dramático y bien conocido de daño de una plaga sobre una comunidad natural está teniendo lugar en los bosques de abetos conocidos con el nombre de oyamel que cubren las partes altas de las montañas del centro de México. Estos bosques se encuentran muy aislados de otros bosques de abetos en Norteamérica. La plaga es un coleóptero escolítido que se alimenta de los tejidos vegetales vivos que se encuentran bajo la corteza del árbol, y termina matándolo cuando la infestación es grande. Los oyameles han resultado ser muy susceptibles a esta especie, cuya llegada accidental a esta comunidad ocurrió recientemente. Esta plaga, aunada al envejecimiento de los árboles y a la pobre regeneración natural que se da en los bosques como consecuencia del deterioro originado por la cercanía de la ciudad, ha causado que en algunos sitios como el Desierto de los Leones se esté produciendo un deterioro importante del bosque. Las consecuencias de esta plaga pueden ser muy serias, pues los oyameles son el componente vegetal dominante de la comunidad y su desaparición causaría una total modificación del ambiente en el que se desarrollan las demás especies.
Con la introducción de peces exóticos han llegado a México varias especies de parásitos de éstos que potencialmente pueden parasitar a la fauna nativa. La introducción de la carpa herbívora de China trajo a México una especie de gusano plano del grupo de los céstodos (solitaria), que ahora se encuentra ampliamente difundido no sólo en la carpa herbívora sino también en otras especies de peces nativas e introducidas. Su efecto sobre estas poblaciones es difícil de precisar (Salgado y colaboradores, 1986). Sin embargo, es posible que, asociado a otros agentes de disturbio, estos parásitos conduzcan a un mayor debilitamiento de las poblaciones de peces en peligro. Por ejemplo, este céstodo se encuentra en el pescado blanco de Pátzcuaro, especie que disminuye rápidamente como resultado de la conjunción de varios factores ambientales detrimentales que hemos descrito en otros ejemplos. El pescado blanco tiene además otros siete tipos de gusanos parásitos propios (Osorio Sarabia y colaboradores, 1986). Los parásitos de peces pueden ser transferidos fácilmente de un cuerpo acuático a otro mediante la introducción de animales infestados o incluso a través de obras hidráulicas que ponen en comunicación cuencas separadas.
La introducción accidental de la abeja mielera africana en Sudamérica se ha convertido en un serio problema para todo el continente, ya que esta abeja avanza rápidamente hacia el norte, africanizando las abejas mieleras europeas al cruzarse con ellas. Estas ya se encontraban muy bien adaptadas a las condiciones naturales de muchas comunidades diferentes y no habían afectado mayormente la sobrevivencia de otras especies de ápidos propias de cada región. Sin embargo, la abeja africanizada, por ser más agresiva y más ubicua que la europea, puede llegar a afectar seriamente la sobrevivencia de varias de las especies de ápidos y de otros insectos nectarívoros y polinívoros de las comunidades naturales que va invadiendo.
A veces la deforestación, la creación de pastizales, la formación de basureros, la urbanización y la introducción de animales domésficos puede favorecer a algunas de las especies nativas de cada región. Tal es el caso del tlacuache común y del pájaro conocido como picho (Quiscalus mexicanus) en amplias regiones de las tierras cálido-húmedas mexicanas. Ambas especies, al ser favorecidas por el disturbio, aumentan su densidad de población y se transforman en enemigas de las pocas especies sobrevivientes de la comunidad original destruida, contribuyendo a su desaparición definitiva. Los tlacuaches y pichos destruyen los nidos y atacan las crías de muchas aves, devoran reptiles y batracios, y además aprovechan los desechos de origen agrícola, ganadero y urbano que la nueva situación les ofrece.
Una parte de la fauna acompañante del hombre, tanto la domesticada —perros, gatos— como las indeseables pero inevitables ratas y ratones, también tiene un efecto nocivo sobre la fauna de cada lugar que el hombre coloniza. Tanto perros como gatos se convierten en depredadores de animales en el área de influencia de los poblados, en tanto que las ratas y ratones domésticos pueden afectar seriamente la sobrevivencia de algunas plantas y de animales con los que compiten por alimento o atacan.
La mejor forma de solucionar el problema de las plagas es mediante el restablecimiento del equilibrio perdido, de manera que las especies que se transforman en plaga tengan enemigos naturales que controlen su número. Para esto se requiere conocer más profundamente la biología de las especies y la estructura de las comunidades afectadas.
Las políticas son el conjunto de objetivos, principios, criterios y orientaciones generales para la protección del medio ambiente de una sociedad particular.
En Colombia, desde 1974 se ha expedido cada cuatro años una política nacional ambiental. La política ambiental, contenida en el Plan Nacional de Desarrollo 1990-1994 ordenó, entre otros, la creación del Ministerio del Medio Ambiente y la contratación de créditos con la banca multilateral con el fin de fortalecer la gestión ambiental.
El Plan Nacional de Desarrollo 1994-1998, aprobado por el Congreso de la República en el ámbito del nuevo orden constitucional, estableció la política ambiental denominada "Hacia el desarrollo humano sostenible". Plantea cinco objetivos básicos: promover una nueva cultura del desarrollo, mejorar la calidad de vida, promover una producción limpia, desarrollar una gestión ambiental sostenible y orientar comportamientos poblacionales.
Formuló siete programas y acciones para el mejoramiento ambiental: protección de ecosistemas estratégicos, mejor agua, mares limpios y costas limpias, más bosques, mejores ciudades y poblaciones, política poblacional, y producción limpia. Y prevé siete acciones instrumentales para el desarrollo de los objetivos y programas: educación y concientización ambiental, fortalecimiento institucional, producción y democratización de la información, planificació y ordenamiento ambiental, y cooperación global.
Formuló siete programas y acciones para el mejoramiento ambiental: protección de ecosistemas estratégicos, mejor agua, mares limpios y costas limpias, más bosques, mejores ciudades y poblaciones, política poblacional, y producción limpia. Y prevé siete acciones instrumentales para el desarrollo de los objetivos y programas: educación y concientización ambiental, fortalecimiento institucional, producción y democratización de la información, planificació y ordenamiento ambiental, y cooperación global.
El Plan Nacional de Desarrollo 1998-2002 incorpora "El proyecto colectivo ambiental para construir la paz" y define al agua como tema prioritario y eje articulador de la política ambiental. Se señalan siete programas prioritarios: agua, biodiversidad, bosques, calidad de vida urbana, producción más limpia, mercados verdes y sostenibilidad de los procesos productivos endégenos. Registra una continuidad en relación con la política ambiental de los dos periódos anteriores, así como continuidades con las políticas nacionales de los años setenta y ochenta como se tipifica en el caso de los bosques.
En los tres planes nacionales de desarrollo expedidos en la década de los noventa se advierte continuidad y la paulatina incorporación de la dimensión ambiental en algunas políticas sectoriales, un hecho que se relaciona con las competencias que tiene el Ministerio de Ambiente en materia de su definición, conjuntamente con otros ministerios.
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